Madre Maria Sara Alvarado Pontón

Fundadora de la Congregación Hijas de Nuestra Señora de Nazareth

El 12 de Septiembre de 1.902 en plena Guerra de los Mil dias, un hogar profundamente católico de Bogotá recibe su décima tercera hija como una bendición más del Señor. Se trataría de María Sara Alvarado Pontón, quien era portadora de una gracia fundacional a la cual ella sería fiel a pesar de las turbulencias y de las contradicciones que tendría que enfrentar.

Aunque el mundo le ofrecía muchos atractivos, y en la temprana adolescencia se vería envuelta en serios combates espirituales que la intentaron sumir en la disipación y la superficialidad, Sara terminaría superando las tormentas, de las que salió más robusta y madura.

En 1.920, graduada como Bachiller Maestra Elemental, se dedica a enseñar y formar a sus sobrinos, como a niños y niñas de casas honorables de Bogotá. Para ese entonces Sara ya sentía un llamado intenso al apostolado que la pondría en camino a buscar una orden religiosa para ingresar en ella.

A finales de noviembre de 1.922, todavía joven y atractiva, esta “niña” de la sociedad bogotana consignó entre sus frecuentes escritos estas bellas palabras: “Dios mío ¿cómo puede un alma decir que te ama, sin trabajar incansable- mente por el bien de las almas de sus hermanos?”

A comienzos de 1.938 Sara toma la resolución firme y definitiva de consagrarse a la Obra de las Sirvientas y es en la capilla del monasterio de la visitación de Bosa, frente al Santísimo Sacramento, donde ella esboza los primeros trazos de su proyecto ciertamente inspirado por el Divino Espíritu Santo. Es por aquellos días que escribe tras una meditación frente al Santísimo: “Me has puesto en una obra en la cual mi actuación es decisiva. Si no me apoyo en Ti o si me niegas tu auxilio, todo se derrumbará dirigido por mí. Oh Jesús Sacramentado, compa- ñero, hermano y amigo verdadero de mi alma, reina dulcísimo maestro aquí en Nazareth, desde el Sagrario manda, gobierna, corrige, enseña, habla y penetra toda nuestra humilde casita”.

María Sara fue una mujer con personalidad carismática, de aguda inteligencia intuitiva y profunda para captar la realidad de su tiempo. Una mujer intrépida, valiente, audaz, de naturaleza sencilla y tímida pero firme en sus decisiones, de inteligencia sensible pero capaz de resistir con heroísmo los embates de la tempestad, como roca firme. Una mujer visionaria de gran proyección futurista, abierta a los signos de los tiempos. Una mujer sensible a la realidad social y humana, que descubre el llamamiento que Dios le hace para ser instrumento de salvación y liberación de las personas que son maltratadas en su dignidad. No hay pisada que no deje huella en la historia, todos los pasos son esenciales en la vida de María Sara, sus pensamientos y sus ideales perduran en el ser y quehacer educativo de los que participan en los procesos de formación en cada una de las instituciones.